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- bajo mi manto -

vergüenza

vergüenza Se estaba terminando de poner el frac; aquel día se casaba su prima y a los invitados se les dijo que debían ir 'de pingüino'. Él no se veía vestido así, nunca se lo hubiera imaginado, de hecho. Pero al ponerse todo el traje y mirarse al espejo, coquetamente pensó para sus adentros la verdad es que no me queda nada mal, voy hecho un pincel... Se sentía elegante a la par que ridículo, una mixtura extraña de sensaciones.
En los aledaños de la iglesia, reconoció a algunos amigos de los novios y gente de la familia. En un momento dado cruzó una mirada con una chica. Debía tener su edad y le sonaba muchísimo, pero no era de la familia. Al momento, su tía se acercó y le dijo 'qué, ¿te acuerdas de Ana?' mientras le guiñaba un ojo y le daba un pequeño codazo. Entonces él se acordó de ella; era la hija de unos vecinos de sus tiós y primas. La conocía desde niño pero hacía muchos años que no la veía. Sus primas y sus tíos siempre se lo habían pasado en grande sacándole los colores a Gustave diciéndole ''¿por que no vas a jugar con Ana, que tiene tu edad y es muy guapa?' o 'uy Gustave, no sabes lo guapa que se ha puesto Ana, te la tenemos que poresentar' y cosas por el estilo. Gustave siempre fue un niño muy tímido, y esta divertida costumbre de sus primas le traía por el camino de la amargura; cuando por alguna casualidad coincidían con aquellos vecinos (hay que decir que no eran los típicos vecinos odiosos, sino que eran muy buenos amigos de mis tíos de toda la vida), la situación se volvía un suplicio para un Gustave niño o adolescente: las risitas de sus primas mayores y de su hermana, los comentarios jocosos de los divertidos mayores entre ellos y a Gustave y Ana, y la mirada nerviosa de aquella niña -que lo debía estar pasando igual de mal que él-, hacían que sus manos resbalasen de sudor y su cara pareciera un tomate escondidizo. La cuestión es que llegó a aborrecer a la chiquilla de puro pesado que se ponían su tía y sus primas, a pesar de que en el fondo algo le gustara, pues la niña era muy mona y vivaracha, y cuando le miraba, Gustave sentía unas cosquillas especiales en la tripa, aparte de las de los nervios-vergüenza-que-te-mueres. Pero la cuestión es que cuando volvía el chico a su casa, se olvidaba por completo de aquello.
Ese día en la plazuela de aquella iglesia de barrio, Gustave volvió a sentir las cosquillas olvidadas hace años. Su tía se sonrió.

3 comentarios

Serch -

noooo joer q no era x eso q nooo... q malpensada, ains

Bo Peep -

Ya, ya, me parecía a mí que eso que contabas de boda divertida tenía truco.

bea -

Y esas cosquillas te hacen sentir adolescente, que es lo más divertido.