Las Musas.

De todos los cuadros de la exposición que llamaron mi atención (que no fueron pocos) no dudé un instante en elegir esta obra del genial Maurice Denis, uno de mis Nabis preferidos, pues me pareció un cuadro bastante especial. Cuando entré en la sala en la que se había colocado el cuadro, percibí enseguida su presencia; al ser algo miope, en un principio (pues estaba al fondo de una sala de unos 4 o 5 metros de largo) lo vi de refilón, vi cómo me llamaban aquellos tonos suaves, cálidos, tranquilos. Pero no quería mirarlo aún directamente; sentí como si el cuadro me estuviera esperando para decirme algo, era extraño, como si mientras miraba las otras obras que contenía la sala dejando lo mejor para el final -pues no me hizo falta más para saber cuál era el cuadro de la sala-, el propio cuadro a su vez me estuviese observando a mí. Como si estuviera vivo. Sortilegio de color me atrapó cuando al fin giré la cabeza hacia él para mirar el merecido premio de mi paciente espera, y su efecto se extendió rápidamente por todos mis miembros; lo que sentí puede traducirse en una sola palabra: tranquilidad. Eso era lo que me transmitía aquel objeto, una inmensa sensación de tranquilidad conmigo mismo, con el propio cuadro, con la sala... todo era armonía en el mundo, y es que no había mundo más allá de la sala en la que estábamos el cuadro y yo.
Al admirar el cuello, el brazo y la espalda desnudos de la figura de la derecha que queda en primer término y el rostro suyo y el de su compañera, la hermosísima y extraña luminiscencia blanquecina y lechosa que emanaban parecía extenderse diluyéndose hacia fuera del cuadro, rodeándolo y atrapándome aún más, haciendo que mi visión quedara impregnada también de esa luminiscencia. Ahora que todo mi campo de visión estaba imbuido de aquella ligera neblina que parecía proceder de la suave piel de las musas, me decidí a proseguir mi viaje por la obra. Tenía dos sensaciones o sentimientos entremezclados, pues no sabía a ciencia cierta si tenía la impresión de estar entre aquellos árboles observando a aquellas afables mujeres charlando y paseando plácidamente, o era simplemente que la fuerza con que deseaba aquello me hacía casi sentirlo; sea como fuere la magia que sentía no se desvanecía, al contrario, fluía tranquila entre el cuadro y yo cuando mis ojos recorrían las sombras granates que los árboles proyectaban en el suelo, una sperficie que hubiera dado cualquier cosa por pisar descalzo. La visión de aquel maravilloso pedazo de suelo me hizo imaginar su suave y acolchado tacto, como si fuera una mullida moqueta natural... luego se me antojó un hermoso papel pintado de una antigua casa de mil ochocientos y mucho, y cuando subí la mirada para ver las hojas y ramas -con sus huecos de cielo- que proyectaban aquella maravilla, dos palabras acudieron a mi mente: 'claro, Japón'
11 comentarios
abril -
Nepomuk -
LÜ -
Serch -
saravá -
Por otro lado no conocía al pintor, así que gracias.
Lord Jin -
Serch -
(ains, quién fuera collar...)
;D
LÜ -
Yo me leo los post largos (los mios lo son aún más).
Un beso.
Serch -
Serch -
Nepomuk -
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